Contra la cultura de la cancelación
La cultura de la cancelación se podría definir brevemente como el boicot a las personas cuyas opiniones no concuerdan o son directamente antagónicas con las de un grupo. Sería algo así como un bullying público.
Hay que reconocer la osadía del que juntó estas dos palabras para nombrar la tendencia social que se está generalizando en los últimos años. La cultura abarca conceptos como educación, sabiduría o civilización. Y también necesariamente las ideas de diversidad y tolerancia. La cancelación defiende lo contrario.
uestro país tiene una larga tradición de organismos que se han encargado de aniquilar a las personas y los movimientos que no seguían el dictado de la oficialidad. Seguramente el más conocido fue el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, que perseguía, torturaba o quemaba a los herejes. Eran los maestros inquisidores (de nuevo el jueguecito de palabras paradójico) los que se encargaban de señalar a los que debían pasar por las mazmorras. Naturalmente, esta persecución era acompañada por la censura: los canceladores no permiten que las ideas contra las que luchan se extiendan.
Obviamente este comportamiento no es made in Spain. El senador norteamericano Joseph McCarthy inició la llamada “Caza de brujas” en los años cincuenta. Este plan acabó con la carrera y la reputación de miles de intelectuales y ciudadanos que fueron acusados de comunistas. Al otro lado del mundo, en la Rusia estalinista, a los comisarios políticos y a los controladores ideológicos se les exigían unas cifras de deportados a las que tenían que llegar anualmente. Si no las conseguían, la policía detenía arbitrariamente a personas por la calle para encarcelarlas en un gulag. Los miembros del partido nazi en la Alemania de los años treinta boicotearon a los judíos y a todos aquellos que no simpatizaron con el nacionalsocialismo.
Más recientemente el cantante Ramoncín fue perseguido en España, sobre todo por grupos anarquistas, debido a su defensa de los derechos de autor y de la propiedad intelectual. Y hace pocos años, las personas que no se vacunaron contra el Covid sufrieron una nueva persecución social. Como sucede muchas veces, a estas se les aplicó una denominación, antivacunas, que pretendía uniformarles para facilitar el sentimiento de odio. Ese término escondía, en realidad, el miedo a la enfermedad y a la muerte de algunas de las personas que decidieron vacunarse. Creo.

¿Qué pretenden los canceladores/las canceladoras? Yo diría que, por este orden: estigmatizar, aislar y dejar sin trabajo a las personas que no siguen al rebaño. Y finalmente, su desaparición. Porque si el otro no existe, ya podremos pensar todos igual. Si el otro no existe no habrá que lidiar con opiniones diversas. Si el otro no existe no tengo que responsabilizarme de lo que me ocurre cuando alguien no es como yo quiero. En este sentido, creo que la cultura de la cancelación representa el radicalismo contra la diversidad.
Quiénes son las personas que cancelan? ¿Quiénes son los que censuran? Es necesario vigilar a los vigilantes y poner el foco en las personas que prohíben para revisar sus motivos. Por ejemplo, el primero que prohibió el LSD en Estados Unidos fue Ronald Reagan cuando era gobernador de California. La excusa fue que era una sustancias peligrosa y adictiva y que lo hacía para proteger a los jóvenes y a sus familias. Era mentira. La razón principal era que el consumo de psicodélicos estaba cambiando la manera del ver el mundo de cientos de miles de jóvenes norteamericanos. Su guerra de Vietnam, además, necesitaba de soldados dispuestos a luchar por su país y el LSD aumentaba el número de desertores que se iban a Ibiza, Goa, Amsterdam, México o Canadá en vez de convertirse en carne para la picadora.
esde hace años, la corriente de pensamiento hegemónica en Occidente viene marcada por un grupo variopinto, que surgió desde la izquierda y que se fue conociendo como “woke”. Este término lo comenzaron a usar los afroamericanos estadounidenses que estaban alerta contra el racismo. Más tarde empezó a incluir cuestiones como la desigualdad de género y la negación de los derechos de las personas LGBT. Con este giro histórico, los que fueron víctimas durante muchos años, se fueron convirtiendo en los que partían el bacalao, sobre todo a través de las redes sociales. Y dentro del ideario woke (hecha la presentación ya se le podemos quitar las comillas) son las mujeres y hombres que se alinean en la causa transfeminista los que están dando verdadera caña con el tema de la cancelación. Son tantas las personas y organizaciones a las que han catalogado como machistas o fascistas, que han desprovisto del sentido a estas dos palabras. En su cosmogonía, si estás a su lado ferozmente eres admisible; de lo contrario te conviertes en un fascista. Esta infantilidad ha sido tradicionalmente usada por la derecha (Aznar) o la ultraderecha (Trump) para diferencia a los buenos (españoles o norteamericanos) de los malos ciudadanos.
Al hilo del #MeToo, el movimiento que comenzó en 2016, de nuevo en Estados Unidos, y que consiguió meter en la cárcel a depredadores sexuales como Harvey Weinstein, se extendió por el mundo una corriente en la que las mujeres se unían para denunciar a maltratadores y abusadores sexuales a través de las redes sociales. Casi al mismo tiempo se creó en España un lema contra la violencia sexual: Hermana #YoSiTeCreo

ltimamente la periodista Cristina Fallarás ha incitado a que las mujeres que son, o más bien que se consideran, víctimas de algún tipo de maltrato denuncien sus experiencias en su cuenta de Instagram. Como si fuera una miembro de los CDR (Comité de Defensa de la Revolución) de la dictadura cubana, propone la delación anónima, por supuesto en aras de una gran causa, de la que ella naturalmente coge la bandera. En 2024 sacó a la venta “No publiques mi nombre”, un libro de denuncia: nadie hizo ningún tipo de comprobación de que los casos que se contaban fuesen ciertos. Es decir, se daba por verdadera la palabra de una persona sin que el otro (en este caso hombre) tuviera el derecho de defensa. Porque la cultura de la cancelación se limpia el culo con la presunción de inocencia. Es una imagen fuerte esta, pero creo que muy literal.
Creo que la grandísima mayoría de las mujeres que se presentan con un abogado en un juzgado para denunciar casos como estos dicen la verdad. Pero no todas. Y estoy seguro de que muchas mujeres están denunciando a hombres a través de redes sociales, de este tipo de listas negras o del boca a boca sin razones. Cada vez más. Para vengarse y para destruir la reputación de la persona en cuestión. Al fin y al cabo, el Hermana #YoSiTeCreo legitima que cualquiera mujer que se considere víctima lo sea de hecho.
Naturalmente en la judicatura también dominó el patriarcado. Esto es una obviedad que no es necesario casi ni mencionar. Pero últimamente, desde diferentes plataformas se está denunciando el supuesto acoso que sufren algunas víctimas por parte de los jueces. Algo curioso, porque la labor de un juez es demostrar que el acusado lo es de verdad y para eso tiene que interrogar. De nuevo, estas plataformas pretenden que el juez dicte sentencia solo con la declaración de la persona que presenta la denuncia.
sí pues, se pretende dar por cierta la palabra de una mujer siempre. Y esto parece una barbaridad. Naturalmente si el hombre es conocido se pone en marcha la maquinaria para que se le cancele. Ahí tenemos los casos de Woody Allen, el actor Juan José Ballesta, Johnny Depp, el ex futbolista Piqué o los raperos Ayax y Prok. Cada vez son más. Son todos tipos inquietantes, sí, pero ¿culpables de lo que se les acusa? Y naturalmente todo el movimiento woke apoya a Mia Farrow, Amber Heard, Shakira, a Elisa Mouliaá o a Juana Rivas. Sin fisuras y sin cuestionarse qué tipo de personas son estas mujeres y cuál es el sentido de sus comportamientos. Desde la lejanía, ninguna parece ejemplar.
Alguien podría decir que con estas campañas se están sacando de la calle a mucho malnacido que campaba a sus anchas, y es verdad, pero también se le está jodiendo la vida a personas que son inocentes. El miedo está cambiando de lado, sí, pero, a qué precio.
El concepto de víctima es a veces claro, pero otras, puede ser difuso o incluso engañoso. ¿Quién es víctima? Y sobre todo: ¿Tiene la víctima el derecho de convertirse en verdugo? Le estado dando vueltas a esto y yo diría que no.

Los hombres que no estamos de acuerdo con todo esto nos estamos autocensurando. Es visible la incomodidad y a veces el desprecio de algunas cuando nos atrevemos a disentir mínimamente. Pero afortunadamente cada vez son más las mujeres que están denunciando este proceso tan destructivo. Por ejemplo, la actriz Cate Blanchett declaró en 2023 en una entrevista al periódico El Mundo: “Sufrimos una sociedad patriarcal, pero confío en que nunca vivamos su contrario: un matriarcado de mierda”. Naturalmente, el periodista tituló con esta reflexión su reportaje. Cate Blanchett fue valiente porque a ella también la podrían haber cancelado.
o hay que ser muy avispado para darse cuenta de que hay una élite que dirige el mundo. A este grupo le viene bien la discordia y la desunión. En este sentido, creo que la cultura de la cancelación ahonda en la polarización tanto como el fascismo, el comunismo, los nacionalismos o el fútbol. Además, es obvio que el movimiento woke y sus campañas han sido una de las grandes razones del auge del fascismo en todo el mundo.
Creo que para un hombre es difícil empatizar con una mujer. Han sido siglos de maltrato y vejaciones. Es verdad que nunca sentiremos, por ejemplo, la inquietud que sienten ellas cuando vuelven solas a casa. En ese sentido, la Tercera ola feminista, el Hermana #YoSiTeCreo o el concepto de sororidad son una consecuencia admirable y defendible. Pero creo que lo que está ocurriendo en los últimos ¿8 años? Es una actitud revanchista que, es comprensible, pero que no beneficia ni a mujeres ni a hombres. Creo.
En el seno de parte del feminismo se ha instaurado una “posición de victimización automática”. No lo digo yo, son palabras de la escritora francesa Catherine Millet, que, por cierto, siempre ha hecho lo que le ha salido del coño.
Nuestra sociedad está cada vez está más polarizada y lo que creo que necesitamos son personas y movimientos que, con conciencia, busquen posiciones de acercamiento y comprensión mutua. Como dijo una amiga:
“Tenemos que abrazarnos más hombres y mujeres”.
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