ace un tiempo estaba escalando en Ibiza con una amiga, Eva. Pasamos la mañana completando algunas de las vías de un sector que está al suroeste de la isla y que es conocido como Buda por los escaladores locales. Cuando terminamos, fuimos a sentarnos enfrente de Es Vedrá, un islote cercano a la costa, las puestas de sol allí son deslumbrantes. Ese día se estaba celebrando al aire libre un velatorio por un hombre que vivía en la isla. He escrito “celebrando” porque el ambiente, aunque no era festivo, sí tenía una gran carga de armonía: se estaban despidiendo pero también estaban honrando la vida. Había una foto grande y enmarcada del difunto, muchas alfombras, una máquina que soltaba al aire pompas y algunas personas que improvisaban música. Entre ellos estaba un israelí, Ariel Zutel, que tocó un instrumento de percusión melódica que yo no había escuchado en directo, el handpan. Yo no sé si había tenido una sensación tan poderosa en mi vida. Me tocó profundamente el sonido de ese artefacto que se asemejaba a un platillo volante. Tal fue la impresión que, después de un rato, le confié a Eva: “Tengo que tocar eso”.
Cuando regresé a casa, me puse a investigar un poco sobre aquel cacharro que también parecía un wok o una paellera. “Tengo que tocar eso”, seguía pensando. La vida me llevó hasta Daniel von Borries, que es probablemente la persona que más está haciendo por extender el sonido y la filosofía de este instrumento en nuestro país. Es el creador de www.handpan.es y da cursos y conciertos por toda nuestra geografía. Le comenté lo que me había ocurrido en Ibiza, le reconocí que no tenía ninguna noción musical, y Dani me dijo que estaba dispuesto a darme clase, pero que tenía que comprarme mi propio handpan. Y esa decisión separaba la verdadera intención de un simple capricho, porque son caros. Así que días después llegué a Palautordera, un pueblo cercano a Barcelona, a conocer a Jordi Manik, que es uno de los mejores fabricantes nacionales, y le compré una de sus creaciones en la escala habitual, re menor. Después de charlar un rato, Jordi me llevó a la estación de tren, y, cuando nos despedimos, yo llevaba el handpan a la espalda con una funda que me hacía parecer una tortuga ninja.
Recuerdo muy bien el consejo que me dio Dani cuando comenzamos las clases: “El handpan es un instrumento que se toca con el corazón”. Hace ya un tiempo en el que estoy volcando mi emocionalidad en la creación de sonidos, porque ahora siento que tengo algo que comunicar y que sí puedo hacer música. Nunca seré músico pero en algunas ocasiones, cuando toco solo en el salón de mi casa, entro en un estado parecido al trance, de comunicación máxima conmigo mismo sintiendo a la vez que no estoy. Es raro, lo sé.
Tal fue la impresión que, después de un rato, le confié a Eva: “Tengo que tocar eso”.
Recuerdo muy bien el consejo que me dio Dani cuando comenzamos las clases: “El handpan es un instrumento que se toca con el corazón”.
l handpan sustituyó a la escalada, e intento tocarlo todos los días una hora. Se podrían poner muchos adjetivos al sonido que despide: misterioso, envolvente, hipnótico, onírico… es como un eco en tres dimensiones. Yo creo que es un instrumento que no se escucha con los oídos, que entra directamente al corazón, y que toca con la emocionalidad y con la espiritualidad de cada uno. Cuando comencé, una de mis intenciones era aprender lo suficiente para poder acompañar sesiones, talleres o ceremonias, porque estoy seguro que de aquí a unos años será una herramienta que estará muy presente en el mundo de las terapias humanistas.