e fui con Vico, un buen amigo, a hacer un viaje por Perú y Bolivia. Después de pasar unos días en el cañón del Colca, “agarramos” un autobús para ir acercándonos a Cuzco. Nos sentamos en la última fila de aquel viejo cacharro. A nuestro alrededor se acomodaron un grupo de indígenas que viajaban con sus bebés. Eran mujeres chaparras, ataviadas con las típicas polleras de aquella zona de Latinoamérica. Algunas tenían dientes de oro y otras el característico bombín con las que algunas mujeres adornan sus cabezas. Todas masticaban hojas de coca con la paciencia y la perseverancia con la que habíamos visto rumiar a las llamas desde nuestra llegada a Perú.
Fue un viaje largo, por aquellos años muchas de las carreteras peruanas estaban pobremente asfaltadas. Con algunos de los baches del camino, aquel paquidermo chirriante que era nuestro autobús, daba tales botes, que nos golpeábamos la cabeza con el techo. Así que como era de noche, y no podíamos dormir, comenzamos a “platicar” con las mujeres, que incluso nos dejaron acunar a alguno de sus bebitos.
P
or la mañana, cuarenta kilómetros antes de llegar a la ciudad de destino, se apeó todo el pasaje del bus excepto las indias. Y el conductor también se bajó, se metió en un bar y decidió que si la cuestión era llevar a un puñado de indígenas no iba a continuar. Ellas no se inmutaron. “Así siempre es”, nos dijeron a Vico y a mí con aquel español tan musical que bebía del quechua. Los abuelos nativos, que poco tenían, criaron a hijos pobres, que tuvieron descendientes aún más necesitados y que a su vez engendraron más ruina. Los pobres eran pobres y no merecían respeto: “Así siempre es”… Pero no: Vico y yo nos metimos en la tasca, encaramos al conductor y no paramos hasta que se subió de nuevo al bus y las llevó a todas hasta el destino final. Ellas permanecieron sosegadas durante los 10 minutos que duraron las negociaciones con el chófer, acostumbradas, quizá, a la humillación e indolentes, al final, en el triunfo.
Así siempre es… Me decidí a crear este proyecto porque me hierve la sangre ante las injusticias sociales.
M
e hierve cuando son los barrios del sur de Madrid los que son confinados, también cuando se da de lado al inmigrante o al diferente sólo por ser quién es, cuando me doy cuenta de que mucha gente no tiene acceso a las terapias humanistas porque no puede pagar el dinero que cuestan las sesiones terapéuticas, me hierve la sangre cuando, este año más que nunca, hay personas que están pasando por situaciones emocionales límite y no están recibiendo ningún tipo de acompañamiento…
El nombre, Pan y Rosas, proviene del lema con el que las trabajadoras textiles de las fábricas de Lawrence -una ciudad norteamericana- encabezaron las huelgas para mejorar sus condiciones de trabajo en el año 1911. Y también de la película dirigida por el gran Ken Loach en la que se narra las experiencias de algunos migrantes en los EEUU de finales del siglo XX. Hay gente que hace grandes esfuerzos por obtener el pan y también tiene derecho a conseguir las rosas, en este caso en forma de acompañamiento terapéutico.
En junio de 2020 empecé a contactar con las oficinas de asuntos sociales del sur de Madrid para hablarles del proyecto. Me encontré con multitud de puertas cerradas. Con la llegada del Covid había mucho miedo a que entrase más gente en los centros. Así que hice una nueva barrida, esta vez tocando el timbre de asociaciones vecinales de San Fermín, Villaverde, Orcasitas, Aluche… pero el resultado fue parecido. Sólo se interesó la Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto, pero finalmente no pudimos concretar porque no tenían más que un espacio y el tiempo y la intimidad que necesitaríamos para estar con los pacientes eran incompatibles con las actividades que realizaban semanalmente.
Decidí entonces formar un chat con algunos profesionales que se habían interesado por el proyecto cuando se lo había explicado. Les conté que estaba cansado de noes y entonces surgió el nombre de La Villana, el centro social vallecano que nos acogió y donde pudimos finalmente empezar a trabajar. Como casi siempre, la aceptación y la expresión son el primer paso para la solución de los problemas.
E
n muy poco tiempo se fueron uniendo más terapeutas al proyecto hasta que formamos cuatro grupos sólidos de 47 personas. Acordamos hacer una reunión telemática al mes y que las sesiones tuvieran un precio de entre uno y cinco euros (dinero que iría íntegramente para financiar el centro social que nos había dado refugio) para buscar cierta responsabilidad por parte de los pacientes.
De momento estamos atendiendo a 72 pacientes. Hacemos una entrevista previa para calibrar sus problemas y su situación económica, y si consideramos que están en riesgo de exclusión les ponemos en contacto con uno de los terapeutas para que tengan el primer contacto. Es gente con historias muy complicadas que suelen formar parte de minorías y que agradecen con mucho cariño la escucha y la posibilidad al menos de desahogarse
Las terapias humanistas son un arma de construcción masiva con una clara repercusión social. No sólo mejoran la vida de los pacientes, sino también de las personas que les rodean.
Siguiendo aquel viejo argumento de la Segunda Ola Feminista –“lo personal es político”- creo que también lo terapéutico es político y que los que nos dedicamos a acompañar debemos implicarnos socialemente y poner nuestro grano de arena para mejorar nuestra sociedad.
Me encanta el proyecto, Fer. Soy de las que sienten que todos podemos aportar y responsabilidad nuestra hacerlo. Me encantaría colaborar, pero yo vivo en Sevilla. Un abrazo!
Elena
Me encanta el proyecto, Fer. Soy de las que sienten que todos podemos aportar y responsabilidad nuestra hacerlo. Me encantaría colaborar, pero yo vivo en Sevilla. Un abrazo!